No soy muy fanático del futbol, pero le doy seguimiento. No he ido muchas veces al estadio, pero cuando lo hago he disfrutado. No me cae para nada bien Federico Hernández Aguilar, pero en este caso comparto su punto de vista... dedicado para todos los que desbordan de pasión por "la selecta".
Por: Federico Hernández Aguilar - Columnista de un rotativo nacional
Soy el salvadoreño de las madrugadas futboleras. En esas fechas que
espero por meses, salto de la cama con el corazón en la mano y me
enfundo una camiseta con los colores patrios, una camiseta que horas más
tarde tendré empapada de sudor, cerveza, orines ajenos, gaseosa y hasta
lágrimas. Estas últimas, las lágrimas, serán propias, pero también de
una media docena de hermanos que jamás he visto y que seguramente jamás
volveré a ver después de este día.
Soy el salvadoreño de las colas
interminables, el que se sabe de memoria los costillares de los
estadios. Soy el que llega al Monumental con una alegría igual de
monumental, sobrepasando los límites del decoro. El nacimiento de mis
hijos, y, con suerte, cuando me casé (o cuando me dio el "sí" la bicha),
son los únicos acontecimientos memorables que compiten con estas fechas
de nacionalismo deportivo.
Soy el salvadoreño de la pepsi
mezclada con agua, del "jotoi" caliente, de la "carne de chucho" entre
dos panes, de la regia tremolante que se tarda un mundo en llegar… Soy
el que deja en el umbral del estadio las regañadas del jefe, los papeles
de la oficina, las hipotecas milenarias, la mujer encachimbada y las
preocupaciones que caracterizan a cualquier ciudadano tercermundista. En
este día de fútbol soy el rey de mi destino, el amo del universo, el
hombre que ha puesto una pausa gloriosa entre el duro presente y el
dudoso porvenir.
Soy el salvadoreño que se desgañita con el Himno
Nacional, la mano derecha sobre el pecho y los ojos clavados en el
cielo. Aquí no hay ideologías ni clases sociales. El mismo corazón
hirviente nos sirve a todos --en los palcos y en "Vietnam", bajo el sol o
a la sombra-- para cantar juntos el primer gran verso unificador:
"Saaaludeemoos… la patriaaorgullooosos…". Sólo quien ha estado allí
puede saber de qué fraternidad están tejidas las graderías durante un
partido de la Selecta.
Soy el salvadoreño que grita, aplaude,
tiembla o se persigna cuando la pelota se pone en movimiento. Soy el que
vocifera al árbitro, "odia" a Faitelson y le mienta la madre al
delantero que falló frente a la portería contraria. Soy el que se
levanta de la grada para ver mejor y luego, cuando la acción ha pasado,
exige a los de adelante que se sienten, a sabiendas de que nadie va a
enojarse.
Soy el salvadoreño de los triunfos inolvidables y las
grandes frustraciones. Los meses que pasé ahorrando para ir al estadio
se esfuman con el primer gol a favor. Pero me duele hasta el pelo cuando
el balón perfora nuestra portería. ¿Qué importa la lluvia, incluso la
más torrencial, si vamos ganando? ¿Cómo me saco la tormenta del pecho si
pierde la Azul?
Soy, pues, el salvadoreño de la expectación
permanente, de la desilusión siempre en vías de curación, de la
esperanza que renace con cada nueva posibilidad de ir a un Mundial. "La
próxima será…", me digo a mí mismo cuando la realidad nos azota los
huesos. "Yo veré a la Selecta ganar el partido que nos clasificará. Es
cuestión de tiempo. Es cosa de tener paciencia… ¡Y de seguir apoyando!".
Por
eso, señores, no me vengan a decir ahora que mis anhelos, que mis
sueños, ya no dependen exclusivamente del talento y las ganas de un
puñado de jugadores. No me digan que la pasión contenida y los deseos
insatisfechos de cientos de miles de salvadoreños como yo, que nuestros
gritos y nuestras lágrimas, que las emociones y las decepciones
acumuladas en nuestros corazones… no valen nada, absolutamente nada,
frente a la codicia y la sordidez, la mentira y la desvergüenza… ¡Por
favor, señores! ¡No me digan eso! ¡No destruyan lo poquito que nos va
quedando a los salvadoreños para sentirnos unidos, para avivar la
esperanza, para ilusionarnos con la grandeza! ¡No nos quiten eso! ¡Eso
no, por lo que más quieran!
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